MACARENA TRIGO

Texto con vos

 

PERFORMANCE DE ESCRITURA IMPROVISADA

Intervención de cinco horas en la unigalería Una obra, un artista.

 

El proyecto fue presentado a Milagro Torreblanca, curadora de la unigalería, como una suerte de performance de escritura. La idea era visuavilizar algo tan íntimo y cotidiano como el tiempo de escritura.

 

Durante cinco horas ininterrumpidas escribí dentro de una vidriera destinada normalmente a la presentación de una obra de arte plástica. La escritura improvisada se proyectaba sobre el fondo blanco de la galería y los viandantes se detenían, leían, comentaban entre ellos, golpeaban el vidrio con preguntas y se preguntaban dónde mandar sus mensajes.

Realizado el 3 de diciembre de 2013 en el desparecido espacio Una obra un artista.

 

COLABORADORES: Diego Faturos, Christian Gadea, Paloma Lipovetzky, Pilar Ruiz, Sol Soto.

 

 

FRAGMENTO DEL TEXTO ESCRITO ESE DÍA

Dicen que si te quedás mucho rato en una esquina, tarde o temprano aparecen todas las personas importantes de tu vida. En mi caso es difícil, ya que el océano y la torpe geografía de los mapas marca siempre distancias del todo inconvenientes, pero nunca se sabe. Esperemos.

18.05

y no se arranca sola, así que todo es posible. No sólo en América. También acá. Decíamos recién que quien se aburre en Buenos Aires, sin duda, es porque quiere. Le pone mucho empeño. Creemos que hay excusas y razones para que el tiempo sea apenas una vieja costumbre. Lo que se haga con él importa poco. Quizá por eso esto. Quizá por eso ahora, acá, comienzan cinco horas de escritura.

¿Y qué vas a escribir? Esa era la pregunta de estos días. Tengo un secreto. Y varios subgéneros propios que puedo practicar de forma desmedida. No es gran literatura pero son temas. Recurrentes. Posibles.

Por ejemplo:

La voz en off.

La voz de Buenos Aires.

La voz de la ciudad, de ésta, es algo que nació con mi primer viaje. Agosto 2002. Darle voz a esta ciudad se convirtió en un cortometraje. Transatlántica. Después de eso quizá cualquier cosa es posible.

En algún lugar, ahora mismo, debe andar por ahí Mariano Llinás, el gran hacedor de la voz en off. No se lo dije aún. Señor, algún día, espero ser su voz en off. Leer cualquiera de las suyas que en nada se parecen a esta que ahora escribo. Ese modo de adjetivar tan, pero tan preciso.

Historias extraordinarias como la perfecta biblia de la voz en off, se me ocurre. Una gran práctica cuando menos.

La voz en off es ese recurso que muchos no soportan en el cine y otros amamos. 

El amor después del mediodía, de Rohmer. 

Esa voz.

 

Qué más.

Esto. Justo esto que recién comienza a aparecer. La escritura como evento público. ¿Por qué pensar que uno escribe como reza? Perdón, ya sé. Quién reza. Bueno, que uno / una escribe a solas, de noche y después de la visita de qué musa. No. La verdad es que no. Yo escribo cuando puedo. Puedo bastante, sí. Tengo esa suerte. Supongo que por eso este ejercicio, esta práctica de hoy no me asustaba mucho. Ahora no sé. Estoy acá. No es susto. Es una especie de desafío. Conmigo misma. Sin reglas, por otra parte.

Bastante absurdo, sí. Bueno, yo hago estas cosas. Practico deportes olímpicos que nadie más conoce. Querer en aeropuertos, por ejemplo. Son cosas que preciso cada tanto. En concreto, eso de los aeropuertos, es algo que conviene practicar antes de subirse a los aviones. Por las dudas. Decir te quiero a alguien. Ya lo dije algún día. Lo escribí por ahí.

Las infinitas formas del pensamiento, ajustadas a según qué moldes, se convierten en cajas chinas y terminan por ser deportes (im)posibles. Practico muchos yo. Creo que ese es el más recomendable.

Saberse observada…

Ja.

Hablábamos recién de la cuarta pared. Antes de esto, antes de sentarme acá. La cuarta pared. Acá es otra cosa. No sé qué es. Tampoco soy exactamente la que escribe, no sé si eso se entiende, pero es así. En las clases de literatura nos matábamos hablando de eso. Discusiones. El escritor, en el momento de enfrentarse al silencio del papel, ya es otro. Que puede parecerse mucho a sí mismo, sí. Pero que nunca será idéntico. Es decir, licencia para matar. O poética. Es lo mismo.

Acá, en el papel, en el archivo, usted puede decir/escribir lo que quiera. Amar a quien no debe, matar de una bendita vez al padre. A todos sus padres… Acá usted elige su propia aventura. Elige al imperfecto y más complejo amado, elige al padre de los otros. Elige. Es un juego. Los rellena. Los perfecciona. O los estropea. A su gusto. Y se relaciona con ellos como sabe que nunca podrá hacerlo en la vida. Ese escenario. El otro.

Pura pavada.

A ver, no se trata de esto. No se trata de decir grandes verdades. No es una clase de filosofía (diosmelibre!), ni de literatura, ni de nada.

Es un juego. Las mejores cosas de la vida suelen serlo. Sobre todo cuando se profesionalizan. ¿Se entiende? Supongo que no.

Hago teatro. Normalmente. Y escribo. Ambas cosas se combinan del modo adecuado para que este día sea posible. Para haber llegado acá. De todos modos, acá puede llegarse de infinitas maneras.

Vos llegaste hasta acá sin saber que yo estaría. No sabés quién soy. Exactamente. Así vivimos. Casi todo es un tropiezo.

De nuevo la filosofía barata….

Perdón.

No es la idea.

Es lo que pasa cuando se improvisa.

Muchos actores/actrices odiamos improvisar. Yo lo detesto. Es más ¿divertido? No, no es esa la palabra. En fin, es OTRA COSA, cuando lo que se hace tiene una partitura. Supongo que por eso disfrutamos la ficción. Porque tiene ese orden lógico que la vida no posee. Las cosas suceden de un modo concreto. Van hacia alguna parte. Se convierten en algo. Y en algún momento llega el The End dichoso. Necesitamos eso. Las historias con finales. Porque la vida no tiene. Digo, en tu final nunca estás presente, así que no tenés. No hay final de capítulo.

Por eso nos la pasamos queriendo pasar de página, supongo. Algunas cosas se terminan y punto. Vos pensás que terminan. Y tardas mucho tiempo en entender que no. Que quedan hilos sueltos. Retazos. Cosas que no podés saber. Que desconocés. Es así. A veces esos retazos forman parte de la vida de otros. Y ahí tenés menos idea todavía. Ahí no sabés nada de nada. Y esa historia se sigue escribiendo en tu ausencia. A todos nos pasa. Y pocas veces tenemos la oportunidad de ser conscientes de ello.

La necesidad del punto y final pareciera superar a la del punto y seguido, ¿no? Nadie quiere al punto y seguido, pobre. Yo detesto a los puntos suspensivos. Odio cuando aparecen sin venir a cuento. Y casi nunca vienen a cuento. Los puntos suspensivos son esas tres hormiguitas que aparecen cuando no se sabe qué decir. Cuando no alcanza con lo escrito. Cuando se pretende un suspense que no llega.

Cuando se instala un vacío. Se quiere instalar. Pero entonces, mejor, infinitamente mejor, la página en blanco. O el párrafo, como quieran. El salto en el vacío, en el blanco.

Eso. Es fácil.

Y el salto en el vacío es apenas otra forma de avanzar. Hacia algún lado imprevisto. ¿Lugar? Uhm. No. No existe mucho ya el lugar imprevisto. ¿Dónde carajo puede ir uno que no esté anunciado previamente en algún lado? No hay lugar sin nombre, apellido y alrededores.

Buenos Aires, por ejemplo.

Llegué a esta ciudad por accidente. No creo que hubiera podido terminar en cualquier otra, no es eso. Pero sé que nunca hice planes para llegar acá. Y a fuerza de pensarla en la distancia, de querer conocerla desde lejos, me inventé una ciudad a mi medida que no se parece mucho a la que camino cada día.

Las ciudades son una suma de todas las ficciones que las pueblan. Las que se conocen y las que no. No todo llega a conocerse.

Cineastas. La última obra de Mariano Pensotti habla sobre estas cosas. Mucho y bien.

18.36

p. se va.

 

Seguimos.

Casi cualquier cosa es posible. Y supongo que eso es lo que más asusta.

Acá también.

Ok. Pasó poco más de media hora. Quizá cinco horas sean un montón de tiempo después de todo. Veremos en qué se convierten.

Es raro saber que el tiempo puede convertirse en una suma de frases. Igual que el mundo puede convertirse en una enumeración de ciudades, ¿no?

Ah, de eso escribía hace un momento. De ciudades. Cineastas. Pensotti. Obvio, sí, otro uso genial de la voz en off. Tampoco me molestaría nada participar de esa voz en off. Esto no es publicidad subliminal. No. Muy directa. Si algo sé hacer es recomendar cosas. Lecturas, obras de teatro.

Esto que hago acá en realidad no es nada que no suceda casi cada día, durante unas horas, en mi casa. Soy así de afortunada. Escribo casi cada día. “Hago dedos”, que decía un muy querido profesor de literatura allá lejos y entonces. La decisión de compartirlo con la gente, con ustedes, con vos, donde quiera que estés, pasa únicamente por una suma de azares y un capricho consentido. O viceversa.

La historia de los objetos.

O la historia de la gente.

Las historias de la gente acá siempre son muy sorprendentes. Las reacciones. Esto es lo interesante. Lo inesperado. Lo que no sabías que iba a suceder.

¿Una vidriera? No. No es una cuarta pared. Y no es la idea que lo sea. Pero no sabés que vas a hacer hasta que sucede. Si alguien toca el vidrio, ¿saludás? Y bue, parece que sí.

Gracias.

Por leer, por llegar, por estar.

Es así de sencillo muchas veces. Todo construye. A las historias del resto. Aunque apenas seamos una coma. Las comas son importantísimas. Te ahogás si la puntuación del texto no las tiene, ¿no? Pues eso. No hay elementos menores.

La vida como un texto constante. Acá pienso en Fresán. Rodrigo Fresán. Hablando de recomendaciones. La velocidad de las cosas. Vidas de santos. Historia argentina. Cualquiera de los tres. Para Fresán la vida es literatura. Y sus libros son puertas que se abren. Se comunican entre sí. Y, por si fuera poco, el tipo se da el lujo y el trabajo de modificarlos en cada nueva edición. Tengo varias ediciones de algunos.

Traje uno. Trabajos manuales. Es una constante compañía. Perdí una edición de La velocidad de las cosas en un vuelo a Sarajevo. Supuse que estaba bien. Era un buen lugar para perder ese libro.

Decía eso. La historia de los objetos.

Qué traje hoy. No mucho.

Varios libros de poemas.

A todo pasado. De Use Lahoz. Escritor amigo de un amigo. Dice cosas como estas:

 

Ayer

Parece que fue ayer

Cuando todo

Parece

Tanto

Que no

Que era, fue, sólo, eso,

Nada

Cuánto queda

Cómo dura

Rotundamente duele

Este escaso amor

Que se diluye

Como quien lo escribe

Dudando

Dudando

 

Lahoz llegó a mis manos en Valladolid. En casa de Raquel y Javi. Dueños de una de las mejores bibliotecas en las que tuve la suerte de pasar unos días. Empecé a leerlo y me gustó mucho. Me gustó antes de saber que era amigo de Tito. Algunos amigos son como cartas de recomendación. Es para tenerlo en cuenta eso.

 

“La chica escribe”, dicen al pasar.

Eso.

“Escribe”.

En realidad no. La chica, pobre, está acumulando palabra tras palabra. Arma un exquisito paredón de palabras que quizá alguien lea allá afuera, por un momento, cuando pase. Pero quizá no. Nadie nunca lea.

La totalidad de esto no sé si hay paciencia que lo aguante después de todo.

***